Los amos de Peñaranda

Actuando “¡qué modernos!”
Actuando “¡qué modernos!”

Los Penbrack contribuyeron a la creación del inquieto ambiente musical peñarandino

A Jesús Jero Romero, le picó el gusanillo de la música cuando apenas acababa de cumplir 14. No es nada excepcional; en los 60, este gusanillo hacía estragos entre los adolescentes. Él residía además en Peñaranda de Bracamonte, un pueblo con una tradición musical inusual en nuestra provincia. Por ello, le pareció normal seguir la senda de este arte. Así que se junto con Lute (cantante), Lucas (bajo), José Luis (guitarra solista) y Ángel (guitarra rítmica). Como él mismo no domina ningún instrumento, le parece que lo mejor es hacerse cargo de la batería que, en su ingenuidad, le parece el más fácil de tocar. Podía haber elegido igualmente el bombardino porque ninguno de ellos sabía dar una nota ni tuvo nunca un profesor que le enseñara. Pero a base de imitar un acorde de aquí y otro de allá y –sobre todo– de escuchar discos hasta que se perforaban los surcos, consiguieron un cierto conocimiento del instrumento que cada cual se había asignado.

Los Penbrack. De izquierda a derecha, Lucas, José Luis, César, Ángel y Jesús.
Los Penbrack. De izquierda a derecha, Lucas, José Luis, César, Ángel y Jesús.

Sobre cajas de pasteles

Como era habitual en la época, Jesús comenzó a practicar sus ritmos favoritos sobre las cajas que habían contenido las materias primas de los pasteles fabricados en el obrador que les servía de local de ensayo, mientras que sus compañeros enchufaban las guitarras españolas a un aparato de radio.

Sin embargo, en 1968 consiguieron hacerse con un equipo “de verdad”, aunque modesto (dos Joversony de 40 watios, un equipo de voces Óptimus prestado por el párroco, una guitarra Egmond, otra Fender, un bajo Hofner y una flamante batería Honsuy comprada a plazos a Manolo Iglesias).

El grupo se denominó Los Penbrack (contracción de Peñaranda de Bracamonte). Como sus paisanos Los Torrentes (O Los Polaris, que de las dos maneras se llamaron), no interpretaban una música demasiado dura, sino más bien temas melódicos como Bésame Mucho, Perfidia, María Elena o canciones de Los Panchos. También cosas de los “modernos” Beatles y hasta una versión del Desencadenando Melodías de Wilson Picket exclusivamente punteado porque Lute no se atrevía a cantarlo, en una época en que Chema Repila cantaba ya una versión espectacular con Los Soles.

Con este bagaje, el grupo se dedicó a la organización de festivales, una tarea en que colaboraba intensamente don Agustín, el mismo cura que les había prestado el tombolero equipo de voces que utilizaban. Además actuaba en muchos pueblos de las cercanías, como Flores de Ávila, Cantaracillo, Madrigal, Aldeaseca, etcétera.

Buenos chicos

Los miembros del conjunto “sabían estar”, observaban “buena conducta”, no creaban conflictos (“recuerdo que, poco antes de que actuar nosotros había ido a Madrigal un grupo de Madrid, que se comportó como una banda de vándalos”, asegura Jesús). Por ello se convirtieron en habituales de muchos bailes. “Éramos tranquilos y educados y por esa razón se nos quería, se nos respetaba y, lo que es mejor, se nos contrataba. Por ello se puede decir que nunca tuvimos conflictos dignos de ser reseñados”, asegura.

Incluso tenían éxitos inesperados hasta para ellos. “Recuerdo una vez en que trajimos a Peñaranda un grupo de Madrid. Tocaba mucho mejor que nosotros, tenían más tablas y poseían un equipo instrumental excelente. Sin embargo eran unos estrictos rockeros con un repertorio compuesto exclusivamente por temas rápidos. Nos dimos cuenta, y nos centramos en las canciones lentas. La gente les dejó solos actuando en el salón, y solamente regresó cuando nos tocó salir a nosotros”, afirma. Tanto entusiasmo del público casi les cuesta el resuello en alguna ocasión “una vez, los mozos de un pueblo nos jalearon hasta hacernos tocar La Yenka durante más de cuarenta minutos. Al final paramos para no reventar y uno de los jóvenes comenzó a tomarnos el pelo porque nos habíamos cansado”, afirma.

El grupo se mantuvo durante tres años y se disolvió hacia el 71. “Realmente” –opina Jesús– “ninguno de nosotros quería dedicarse a la música, más bien la veíamos como un hobby en espera de actividades más serias y lucrativas”. Así, fueron desapareciendo a medida que sus profesiones les fueron exigiendo dedicación plena.

En la actualidad Jesús es propietario de La Marciana, un conocido restaurante peñarandino, mientras que el bajista César posé la fábrica de dulces Dulca en esta misma localidad. Lute, el cantante, es ginecólogo en Madrid mientras que José Luis, guitarra de punteo, trabaja como técnico de sonido en Televisión Española. Por último Ángel, el guitarra rítmica, trabajador de Telefónica, reside en Zamora “Nunca me lo he pasado mejor que en mis años de músico”, afirma Jesús, “aunque sigo tocando el órgano y el violín, hecho mucho de menos el contacto con el público y con mis compañeros”, finaliza.

(Del libro «Historia Incompleta del Pop y del Rock en Salamanca«, de Víctor González Villarroel. Explorafoto, Salamanca 2009)

Edición web: Ángela García (Culture 27)

Sobre Víctor González Villarroel 30 artículos
Víctor G. Villarroel es un veterano periodista salmantino que residió en Madrid hasta que, en 2005, regresó a nuestra ciudad. Autor del libro “Historia incompleta del Pop y del rock en Salamanca” (2009), que resume las crónicas que semanalmente publicó en el desaparecido diario EL ADELANTO. Le gusta definirse como “arqueólogo musical”, debido a su tendencia a contar historias sobre pioneros de nuestro rock local. Actualmente colabora en el MES y en el programa musical “A Nuestro Ritmo” de Radio Oeste.

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